Diversos estudios han podido demostrar que si la interacción madre-hijo se
caracteriza por la calidez y la aceptación del niño o niña, y si la madre tiene
conciencia de su buena relación con él o ella, su desarrollo psicosocial y
nutricional se ve muy favorecido.
La relación afectiva adulto-niño es recíproca. Ello depende tanto de la capacidad
del adulto de captar las señales del niño o niña y responder a ellas, como de las
conductas, temperamento y forma particular que el niño o niña tiene de interactuar
y de comunicarse.
Desde el nacimiento se establece un intercambio de afecto en dos direcciones: del
niño o niña a la madre y de la madre al niño o niña. Éste último no sólo responde
a las manifestaciones de la madre cuando ésta le habla, le sonríe o lo mece, sino
muchas veces, él comienza la interacción.
A medida que la madre y el niño o niña van
aprendiendo a conocerse, cada uno se va
adaptando a la forma de ser del otro. El niño
o niña «enseña» al adulto y el adulto le
enseña a él.
recuperado de :https://www.google.com/search?q=familia&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwjE0OqSjMzhAhXIxlkKHdgGCwMQ_AUIDigB&biw=1600&bih=789#imgrc=EubsX6ZcHb5EWM:
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