viernes, 12 de abril de 2019

En la interacción con el mundo que lo rodea, el lenguaje tiene importancia fundamental para el niño o niña

El proceso de comunicación entre el adulto y el niño o niña comienza cuando el niño o niña nace; mucho antes de que aprenda a hablar. Para mantener la comunicación, los adultos necesitan estar atentos a las señales, ruidos y gestos, incluyendo las expresiones, sonrisas, miradas y llanto. El niño o niña necesita vivir en un ambiente humano donde las palabras sean importantes, donde reciba caricias y sonrisas y donde se le escuche y estimule a responder con sonidos y movimientos desde los primeros meses de vida. Necesita tener a su lado personas a las que pueda tocar, hablar y sonreír, a las cuales responder y que respondan a él. El niño o niña necesita que se le hable, que conversen con él y se le ayude a comunicar lo que piensa, lo que desea, lo que siente. Necesita que se le cuide, que se le responda a sus preguntas, dudas e inquietudes.
El lenguaje es un importante instrumento de comunicación de necesidades, ideas, sentimientos. También permite organizar el pensamiento, expresar verbalmente las ideas, el humor, nombrar a las personas, las cosas y los propios sentimientos. El niño o niña que no se comunica, que no interactúa, que no recibe atenciones, no es feliz. Un niño o niña desatendido pierde interés por la vida, tiene menos apetito y corre el peligro de que su desarrollo físico o mental no sea normal.

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El juego es la actividad más importante del niño o niña pequeños

El juego favorece el desarrollo de habilidades psicosociales y físicas. Estimula el desarrollo motor, puesto que exige al niño o niña moverse, correr, saltar, caminar. También favorece el desarrollo de la inteligencia, porque lo lleva a explorar el mundo que lo rodea y a repetir acciones en los objetos disponibles para conocerlos mejor.  El juego favorece el desarrollo emocional, porque a través de los juegos el niño o niña expresa sus sentimientos y a veces resuelve conflictos emocionales. Facilita el desarrollo social porque por medio de éste el niño o niña aprende a permanecer y jugar con otros niños, a respetar reglas, a compartir y a convivir. El juego permite al niño o niña: 
 Moverse y así desarrollar los músculos del cuerpo. 
 Explorar el mundo que lo rodea
 y así aprender sobre la naturaleza, las plantas, los animales, los objetos hechos por el hombre.  Aprender de los niños y personas mayores.  Desarrollar la imaginación y la creatividad. Entretenerse, divertirse y expresar los sentimientos.

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El niño o niña aprende a través de la acción y la exploración del medio que lo rodea, en un intercambio activo

El niño o niña aprende a través de la interacción con las personas y las cosas en un intercambio permanente y activo con su medio. Un intercambio activo significa estimular y responder al niño o niña.  En la exploración activa de su ambiente, desde los primeros años, el niño o niña va ejercitando sus sentidos y su capacidad de moverse y comunicarse, desarrollando su inteligencia y aprendiendo. La inteligencia se construye a través de las acciones que el niño o niña realiza en su medio cotidiano. Para conocer el mundo que lo rodea, el niño o niña utiliza sus sentidos (vista, tacto, oído, olfato, gusto) y su motricidad (los movimientos que puede hacer con su cuerpo, especialmente con sus manos A través de la acción y de la exploración, el niño o niña va elaborando ideas acerca de lo que son las cosas: el tiempo, el espacio, las causas y consecuencias, la velocidad, el peso, etcétera; así aprende a pensar, a comparar, a deducir, a inducir, a imaginar. El niño o niña va adquiriendo destrezas y seguridad en el mundo y en sí mismo.

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El niño o niña necesita un ambiente de estimulación para desarrollar sus capacidades físicas y psicológicas

La mente del niño o niña, al igual que su cuerpo, necesita ayuda, alimento, para desarrollarse bien. Los alimentos o estímulos más importantes son: 
 El cariño. La alabanza.  El contacto con otras personas y la comunicación con ellas a través del lenguaje.  Los objetos para explorar y experimentar.  La estimulación implica una actitud permanente de acogida, de fomento del desarrollo social, de la expresión de sentimientos, del interés por el mundo y por aprender, más que la sola realización de un conjunto de actividades o la entrega de diferentes materiales de juego. La estimulación requiere que se hagan actividades en común con el niño o niña, entretenidas, variadas, frecuentes, motivadoras, durante sus primeros años de vida. 
 La madre, el padre y otros miembros de la familia pueden atender y estimular a sus hijos con los medios que tienen a su alcance, usando su imaginación, conociendo las necesidades afectivas, sociales e intelectuales del niño o niña y respondiendo a ellas.

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En la relación afectiva con las personas que lo rodean, el niño o niña adquiere seguridad, aprende a expresar sus sentimientos, a conocerse y a confiar en sí mismo, y desarrolla su autoestima.

El desarrollo emocional en la infancia es la base del equilibrio psicológico del adulto. Para desarrollarse emocionalmente sano, el niño o niña necesita sentirse querido, aceptado y valorado. Así crea sentimientos de seguridad y confianza en sí mismo y forma una buena autoestima. Las relaciones emocionales tempranas con las personas que rodean al niño o niña son la base de donde surge el desarrollo social, emocional e intelectual. Si el niño o niña se siente seguro y acogido, irá ampliando su desarrollo emocional, e irá aprendiendo a diferenciar y expresar una mayor cantidad de emociones como la alegría, la pena, el miedo, la rabia, la admiración, la sorpresa, etcétera. El conocimiento de sí mismo surge, entre otros, de la relación íntima y amorosa con la madre, el padre, y otros adultos cercanos. Las acciones del niño o niña que ellos valoren y celebren serán lo que él empiece a entender como sus propias características positivas. Lo que rechacen, el niño o niña lo entenderá como sus propias conductas negativas. Si las valoraciones son positivas, él irá llegando a un auto conocimiento que le permitirá formarse una imagen positiva de sí mismo y tener una buena autoestima.

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El niño o niña necesita establecer vínculos afectivos con otras personas cercanas, además de la madre, especialmente con el padre, si está presente.

El contacto con distintas personas es importante para el desarrollo psicológico del niño o niña. Éste puede establecer vínculos afectivos con otros niños y adultos cercanos y aprender a interactuar con ellos. La madre, por lo general, es la principal fuente de apoyo y cuidado para el niño o niña, por eso él establece primero una relación de apego con ella. Sin embargo, esto no significa que el niño o niña no pueda y no necesite relacionarse con otras personas cercanas. El padre no debe ser privado de la oportunidad de aprender y practicar los procedimientos de cuidado y crianza del niño o niña. El resultado es beneficioso para el niño o niña, para el padre, la madre y la familia.
La relación madre-hijo y padre-hijo son cualitativa mente distintas y ambas tienen un impacto diferente y necesario en el desarrollo del niño o niña. Es importante que el padre aprenda a mirar al niño o niña, hablarle, hacerle preguntas, tomarlo en brazos, acariciarlo, jugar con él, darle de comer, dudarlo. Mediante ésto se va estableciendo un vínculo afectivo estrecho con el niño o niña y una relación de apego mutuo que durará toda la vida.

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Las relaciones afectivas son recíprocas. La calidad de la relación afectiva que se establece entre el adulto y el niño.

Diversos estudios han podido demostrar que si la interacción madre-hijo se caracteriza por la calidez y la aceptación del niño o niña, y si la madre tiene conciencia de su buena relación con él o ella, su desarrollo psicosocial y nutricional se ve muy favorecido. La relación afectiva adulto-niño es recíproca. Ello depende tanto de la capacidad del adulto de captar las señales del niño o niña y responder a ellas, como de las conductas, temperamento y forma particular que el niño o niña tiene de interactuar y de comunicarse.
Desde el nacimiento se establece un intercambio de afecto en dos direcciones: del niño o niña a la madre y de la madre al niño o niña. Éste último no sólo responde a las manifestaciones de la madre cuando ésta le habla, le sonríe o lo mece, sino muchas veces, él comienza la interacción. 
A medida que la madre y el niño o niña van aprendiendo a conocerse, cada uno se va adaptando a la forma de ser del otro. El niño o niña «enseña» al adulto y el adulto le enseña a él.
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